
Pero pasa rápido, y de nuevo la pasta, el café, la ventana del bus, y otros breves instantes de lucidez, la narrativa de lo soñado, el ansia y ese movimiento espontáneo de la pierna, arriba y bajo, que no puedo detener; me reconozco corriendo por un aeropuerto atestado, cualquier aeropuerto, no importa, los aeropuertos son siempre iguales; uno podría salir y llegar al mismo aeropuerto sin saberlo. Se les llama recurrentes, bromeo, porque uno recurre a ellos para no tener que inventar sueños peores. Más café, y otra vez a correr, a perseguir otras cosas, a llegar tarde a otras citas, a olvidar otros papeles importantes en el recibidor, que no se me olvide apagar el gas otra vez, otra vez a esquivar otros compromisos, a llenar las horas de cosas por hacer para que pase otro día, para que se haga corto, para pasar el tiempo como algo que hay que matar o sufrir, qué ganas de volver a casa, hasta que llegas, por fin, qué ganas, la cena, la serie de los jueves, el poleo, te acuestas, te tapas, te duermes, echas mano de tus miedos y miserias y vuelves a perder otro avión.
Moebius, lo público y lo privado, o lo real y lo irreal, o la vida y la muerte, todo confluye.
ResponderEliminarUna delgada linea une y separa los abismos, y ahi caminamos en el filo para al final caer