Me gusta sentarme sobre el mármol a imaginar cómo se pudren;
pararme a pensar cómo nos vamos convirtiendo en esa delicada pátina de olvido a
la que sacamos lustre a diario, tumbados en el sofá, indignados frente al
debate de la tarde, palideciendo ante las noticias de la madrugada o dando asco
en la puerta del after, apurando un tequila caliente en vaso de plástico con un
cuarto de limón a medio exprimir, dejado caer de cualquier modo dentro del vaso,
en cualquier antro, a cualquier hora... Nos pierden las formas y ese taladro
que nos atraviesa justo en la sien, los domingos por la noche, mañana al tajo, las
alubias en remojo, la ropa tendida. Revolcarse en la mierda de siempre como
cerdos atados al poste al que damos vueltas, la cuerda se enrosca y acabamos trazando
surcos en espiral sobre la mierda, tratando
de revivir aquel momento, aquella felicidad a la que hay que regresar, allá
donde echamos el ancla, adonde volvemos la mirada cuando todo parece pudrirse.
El destino del que venimos. El origen al que dirigimos nuestros pasos. Y es
poco entonces darse de bruces contra el poste, acabar con la nariz aplastada
por siempre contra el eje central al que vivimos atados sin saberlo, la cosa
que nos preexiste, ese vacío que nos trasciende y nos hace suspirar en los
semáforos, bajar la vista, cruzar sin mirar porque uno va pensando en su drama
nuestro de cada día, mirando el móvil y adiós muy buenas, Antonio. Descanse en
paz. Tus primos de Ciudad Real no te olvidan.
Sobre Manuel Ruiz Fuentes se está fresquito en verano, a la
sombra del ciprés. Enhiesto surtidor de sombra y sueño… Me lo hicieron aprender
en el colegio. No lo entendía. Descifro ahora el poema, de mayor, mientras me
entra el sueño de la siesta y veo el ciprés trepando contra el cielo. Los
veranos son terribles en este pueblo que es pura tierra y barro si llueve.
Eusebio Tejada Pardillo. Es de mis favoritos. Llamarse así a día de hoy le
hubiera costado el fracaso escolar. Encarnación Segundo Pino. 1878-1942. Tus
hijos y nietos no te olvidan. Alguien le sigue cambiando las flores de plástico
por todos los santos. Los domingos es hora punta. Llegan los cuervos con sus
ramos para sus muertos recientes. A los muertos viejos ya les pueden ir dando
flores de plastiquete del chino que son la misma imagen del desconsuelo. O
nada. Sólo el olvido.
Cómo será el mundo sin nosotros. Cómo será cuando ya nadie
se acuerde de cambiarnos las putas flores de plástico roído. Cómo será cuando
de nuestros nombres queden sólo las letras contra el mármol de la lápida. La
foto retocada contra el tiempo. La rabia del reloj contra la carne. Y así me va
viniendo el sueño y duermo plácidamente hasta que abro la verja por la tarde,
llegan los cuervos con sus ramos, sus diostesalvemaría y su eurito por
ayudarlas con el cubito del agua. Gracias, señora Engracia. Algún entierro de
tarde en tarde, barro las hojas, riego las rosas y observo crecer el ciprés,
imagino pudrirse a los muertos, me paseo, me aprendo los nombres, las fechas,
cifras curiosas, apellidos extraños. Otro cosa no hay, sólo tiempo y silencio. En
secreto disfruto de esta épica de la nada, elaborando este breve esbozo de memoria
de los muertos a los que nadie recuerda. Un monumento a la desmemoria. Una radiografía del tiempo.
Se van
los cuervos. Cierro la verja. Me fumo un porrito entonces o abro una cerveza, recostado
sobre Benito Mendoza Clemente, 1894-1937, que Dios te guarde en su gloria. Y
veo con los muertos cómo el sol se pierde entre los álamos del fondo, cómo va
acercándose el invierno, es ley de vida. Vendrá de nuevo el frío cuando acaben
las tormentas, con la misma calma con la que todos acaban por regresar buscando
la paz de la que vienen. No somos nada, dirán, ignorando que van también trepando
por los días hasta el útero que es esta tierra y este mármol donde acumulan
polvo unos pétalos de plástico, donde el último girón de la memoria se balancea
contra el viento de la tarde en unas tristes flores desteñidas.
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