20 de febrero de 2016

EL MUSEO DEL SILENCIO


Me gusta sentarme sobre el mármol a imaginar cómo se pudren; pararme a pensar cómo nos vamos convirtiendo en esa delicada pátina de olvido a la que sacamos lustre a diario, tumbados en el sofá, indignados frente al debate de la tarde, palideciendo ante las noticias de la madrugada o dando asco en la puerta del after, apurando un tequila caliente en vaso de plástico con un cuarto de limón a medio exprimir, dejado caer de cualquier modo dentro del vaso, en cualquier antro, a cualquier hora... Nos pierden las formas y ese taladro que nos atraviesa justo en la sien, los domingos por la noche, mañana al tajo, las alubias en remojo, la ropa tendida. Revolcarse en la mierda de siempre como cerdos atados al poste al que damos vueltas, la cuerda se enrosca y acabamos trazando surcos en espiral sobre la mierda,  tratando de revivir aquel momento, aquella felicidad a la que hay que regresar, allá donde echamos el ancla, adonde volvemos la mirada cuando todo parece pudrirse. El destino del que venimos. El origen al que dirigimos nuestros pasos. Y es poco entonces darse de bruces contra el poste, acabar con la nariz aplastada por siempre contra el eje central al que vivimos atados sin saberlo, la cosa que nos preexiste, ese vacío que nos trasciende y nos hace suspirar en los semáforos, bajar la vista, cruzar sin mirar porque uno va pensando en su drama nuestro de cada día, mirando el móvil y adiós muy buenas, Antonio. Descanse en paz. Tus primos de Ciudad Real no te olvidan.

Sobre Manuel Ruiz Fuentes se está fresquito en verano, a la sombra del ciprés. Enhiesto surtidor de sombra y sueño… Me lo hicieron aprender en el colegio. No lo entendía. Descifro ahora el poema, de mayor, mientras me entra el sueño de la siesta y veo el ciprés trepando contra el cielo. Los veranos son terribles en este pueblo que es pura tierra y barro si llueve. Eusebio Tejada Pardillo. Es de mis favoritos. Llamarse así a día de hoy le hubiera costado el fracaso escolar. Encarnación Segundo Pino. 1878-1942. Tus hijos y nietos no te olvidan. Alguien le sigue cambiando las flores de plástico por todos los santos. Los domingos es hora punta. Llegan los cuervos con sus ramos para sus muertos recientes. A los muertos viejos ya les pueden ir dando flores de plastiquete del chino que son la misma imagen del desconsuelo. O nada. Sólo el olvido.


Cómo será el mundo sin nosotros. Cómo será cuando ya nadie se acuerde de cambiarnos las putas flores de plástico roído. Cómo será cuando de nuestros nombres queden sólo las letras contra el mármol de la lápida. La foto retocada contra el tiempo. La rabia del reloj contra la carne. Y así me va viniendo el sueño y duermo plácidamente hasta que abro la verja por la tarde, llegan los cuervos con sus ramos, sus diostesalvemaría y su eurito por ayudarlas con el cubito del agua. Gracias, señora Engracia. Algún entierro de tarde en tarde, barro las hojas, riego las rosas y observo crecer el ciprés, imagino pudrirse a los muertos, me paseo, me aprendo los nombres, las fechas, cifras curiosas, apellidos extraños. Otro cosa no hay, sólo tiempo y silencio. En secreto disfruto de esta épica de la nada, elaborando este breve esbozo de memoria de los muertos a los que nadie recuerda. Un monumento a la desmemoria. Una radiografía del tiempo. 

Se van los cuervos. Cierro la verja. Me fumo un porrito entonces o abro una cerveza, recostado sobre Benito Mendoza Clemente, 1894-1937, que Dios te guarde en su gloria. Y veo con los muertos cómo el sol se pierde entre los álamos del fondo, cómo va acercándose el invierno, es ley de vida. Vendrá de nuevo el frío cuando acaben las tormentas, con la misma calma con la que todos acaban por regresar buscando la paz de la que vienen. No somos nada, dirán, ignorando que van también trepando por los días hasta el útero que es esta tierra y este mármol donde acumulan polvo unos pétalos de plástico, donde el último girón de la memoria se balancea contra el viento de la tarde en unas tristes flores desteñidas.

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