…una herida íntima e inaccesible,
como alguien que siempre lleva esa camisa de cuadros porque te sienta tan bien,
dijo ella un día, y ese alguien lo admite como una de esas últimas verdades en
las que no se puede dejar de creer; pero años después, la misma camisa, qué
cursi me parece, dicen todos, y a uno lo hieren en lo más escondido de su
persona, más allá de la camisa, de lo cursi o lo demodé; lo hieren
profundamente allí donde qué guapo estás con esa camisa, mi amor, y otras verdades
a medias que nos construyen, muros de palabras que se conforman en hitos de
nuestras historias personales, un antes y un después de esta camisa. Las torres
gemelas, pues sí, qué te voy a contar, da pena ver cómo los muertos se exhiben
como las últimas ofertas en los escaparates, pantalla de plasma y montones de
cadáveres y escombros, no vaya a ser que apartemos la vista de lo mucho que acecha
ahí afuera, pero nada más; no hay más tragedia que cuando a uno le insultan en
toda la camisa a cuadros, fea como ella sola, eso se sabe, pero Cronos se comió
a sus hijos y eso sí es feo, joder, más que la camisa, y ahí, en los mitos,
reside ese compendio de los que somos, esa suerte de radiografía o esbozo de
emociones y mala praxis vital sobre la que unas civilizaciones engullen a otras
y les hacen hablar en su lengua, y eso mismo sería la cultura, el estado
embrionario de lo que decidimos ser si no fuera por esta camisa de mierda que
te queda tan bien, mi amor, y otras verdades a las que no renunciaremos nunca,
por falsas que sean, tan falsas como los mitos. Por eso pueden caerse otra vez
las torres gemelas, pero a mí que no me hieran en la puta camisa que tan bien
te queda, que te hace tan joven, mi amor, salimos fuera a cenar. Besas tan
bien, y uno acaba por creérselo y muere besando de ese modo tan odioso; uno
acaba recurriendo a las frases célebres de los azucarillos como a un mantra que
se repite de cena en cena, como diría Oscar Wilde… Este poema… Es mi poema. Y
uno se planta sobre este tipo de pilares inamovibles y duele que a uno le señalen
que son tan falsos como la vida misma, que ese mantra repite la misma mentira
que otro cualquiera, te puedes cagar en la boca de todos mis muertos pero no desmientas
mi costumbre de andar pisando las líneas en los pasos de cebra, de recoger las plumas
en buen estado, de hacer que aparezcan piedras con formas extrañas, esa forma de
jugar al juego de las nubes, cansados de mirar el cielo, cegados de luz,
miramos el suelo, buscamos su recuerdo en las aceras, piedras que quisieron ser
nubes, nubes que cayeron al suelo y se convirtieron en piedra, como Ícaro que
quiso ser nube y acabó siendo agua, como la arena de la playa es piedra soñando
licuarse. Y es así, aunque pasen los años y esas costumbres se conviertan en piedras
que a veces se instalan en la acera, en el riñón o en la vesícula, beba mucha
agua, pero en ningún caso siga buscando nubes en el suelo, y es en balde porque
oteamos el milagro entre los cascotes del derrumbe, lo escuchamos golpear en
los escombros, allá en el fondo, escalando por el recuerdo que guardamos de su
presente, lo que quedó del lenguaje, la efímera verdad que vamos reconstruyendo,
eso que debería parecerse a lo que fuimos, hecho piedra y escombros en el riñón,
las torres gemelas, va a tener que beber más agua y otras tantas mentiras que
vamos guardando en los cajones y van convirtiéndose en heridas, íntimas e
inaccesibles…
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