10 de noviembre de 2012

SOBRE EL SENTIDO DE LAS CENIZAS


"Serán ceniza, mas tendrá sentido"
F. de Quevedo

“No, no es el amor quien muere”
L. Cernuda

… ni esta vieja costumbre de mirar mi buzón, que es el suelo, con la misma mirada inquisitorial de cada día, tras retar al futuro con la misma frase que esconde un ojalá, seguro que hoy tampoco, como siempre, como todos los días, como todas las tardes, cuando uno sale de casa, a veces un sobre blanco, parece, desde arriba, pero no, porque abajo son las mismas facturas de siempre, el mismo panfleto de la pizzería de siempre, con los mismos precios y distinto diseño. Uno se enfada con ellos, con esa masa informe de hojas de colores que se mojan si llueve, que se mezclan, que esconden facturas que acabo tirando, tiempo después. Mi pequeña venganza es no recogerlos metódicamente, obviarlos como parte del suelo, letras mojadas, anuncios, recibos del banco, los Testigos de Jehová. Pequeños gestos que nos convierten en lo que somos, no hay más, por más que te diga el Corte Inglés; las mismas breves pausas tras las mismas palabras, mirar al suelo en las mismas esquinas, eso que no morirá con nosotros y va a sobrevivirnos necesariamente. Esas pequeñas elecciones inaccesibles a nuestro entendimiento tan con sus causas, efectos y perros de Paulov. Nada basta para entender la insondable razón de lo que nos mueve, lo que le dio cuerda a los resortes de este continuo ir pasando de los días, esta forma de llamarte a gritos cuando abro la puerta en silencio y advierto que no hay más correo que el esperado. Y no es otro que el que no espero para nada, porque uno ya va empezando a recibir toda la mierda navideña que por estas fechas vomitan católicamente por el agujero de la puerta que se supone que es mi buzón. Y entonces habrá que agacharse y revolver entre las palabras amontonadas en el suelo, papeles de colores, oferta kebab dos por uno, han abierto una peluquería, factura del móvil y ninguna palabra que valga la pena leer. Letras indignas, a mi entender, como esos grandes nombres en las enciclopedias, palabras clavadas al diccionario como mariposas en los paneles del aula de biología. Ya teníamos constancia de ello. Las grandes palabras, las grandes ideas que no dicen nada. Y es inútil que la Historia las repita, porque lo único capaz de cambiar el mundo es el aleteo de una mariposa dios sabe dónde o simplemente esperar que haya una mariposa aleteando al otro lado de todo, que en el fondo de esa maraña de palabras mojadas tras la puerta brillen unas letras que habrá que recoger con sumo cuidado.
Y esa esperanza tenaz es lo que no va a morir, ese buscarse, ese modo de arañar el muro que nos separa de la verdad que intuimos en las palabras que quedarán fuera de la Historia, eso que nos precede y no morirá con nosotros. A poco más puede uno aspirar, realmente, que a ser maestro de ese bello arte que es dejar papelitos entre las páginas de tus libros para que tú los encuentres, tiempo después, y te sonrían. Palabras que cambian el mundo, que operan en el alma de las cosas, desde adentro y, si no, alguien debería explicarme cómo puede morir el lenguaje de las abejas zumbando en un batir prediluviano, un acto de amor en sí mismo, ese algo que nos trasciende y que nos supera, esa pulsión de buscar las palabras de las que formamos parte, eso que inocentes llamamos amor y que nos siente a nosotros, que nos contiene y nos guarda mientras vamos perdiendo pelo y muriendo en la memoria de las palabras. Mi Alzheimer no será más que otra forma de darle nombre a eso que nos hace eternos. Y reloj querrá decir amor, y si digo qué hora es por cuarta vez, querré decir amor y no otra cosa. No, no es el amor quien muere…

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